miércoles, 19 de noviembre de 2014

Trascender


En ese jardín suntuoso, de formas lúgubres y espacios tenebrosos parece caminar etérea e inmortal la marquesa Casati. Saluda medio oculta en una máscara veneciana que engrandece su belleza hasta hacerla sublime. Los invitados a la exposición se rinden ante la profundidad de su mirada color miel que traspasa como un rayo la máscara y se posa sin rodeos en cada una de las pinturas. 

Sopla el viento que hace ondular su melena rojiza como si de una danza del vientre se tratara y la cadencia con la que se desplaza por el jardín recuerda a la majestuosidad de la obra de Vivaldi. Se vuelven a mirar su figura buscando la belleza en ese cuerpo frágil y desgastado por los excesos que eclipsa el brillo de la luna hasta hacerlo desaparecer. Intacta en su memoria la aventura con D'Annunzio la revive en sus entrañas al meterse en cada uno de los cuadros de la artista Luisa Aldazábal. 

Mujer de otro tiempo bastante más lejano que inmortaliza a golpe de pincel una pasión que hizo jirones su alma. La marquesa como si tuviera frente a sí un espejo del tamaño de su cuerpo, fue viendo en esos lienzos su reflejo hasta en la profundidad de su mirada. La belladona, que usase horas atrás para pintarse, la hacían dudar si caminaba rodeando el jardín o se encontraba en su Palazzo Non Finito saboreando los besos de su amante más leal. El espíritu de Coré vagaba en una figura de dos que se fundía, liberando su esencia en el aire y mezclándola con la de Ariel. Maldita la hora en la que una tirada de runas le hizo decantarse por aquella exposición. Auguraba un remolino incierto de emociones que le hacía querer conocer de cerca a la artífice de aquella obra maestra. 
Laura Aldazábal escogió para la ocasión un diseño que resaltaba sus curvas que le daban opulencia a su figura más delgada y marcada que nunca. Su pelo color fuego se dejaba también mecer por el viento y su mirada de un verde profundo despertaba envidias a su paso. Soberbia y discreta, La Aldazábal. Extravagante y distinguida,  La Casati. Se encontraron frente a frente, superando los límites del tiempo,  como si las runas y las tablas ouija hubieran tomado la delantera en esa irrealidad. Mezclaron sus almas al fundirse en un abrazo donde la mecenas reconoció a la mejor de las artistas. En aquel jardín que albergaba la mejor representación de sus vidas consiguieron lo que ambas habían intentado a toda costa: trascender y ser las dos una obra de arte viviente.



Inspirado en el libro "Luisa y los espejos" de Marta Robles.
Gracias por hacerme atravesar la realidad 
y por ayudarme renacer entre los espejos. 

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Sácame a bailar

Se hace el silencio tras un concierto en acústico para dos. En el aire impera el aroma de una vela recién apagada que se mezcla con el olor que desprende tu pelo al ser ondulado con la cadencia perfecta. 

Tu cuerpo irradia un calor que arropa mi temblar hasta hacerlo invisible. La suavidad de tu piel desborda mis sentidos, los deja náufragos a la deriva de tu instinto. Tu mirada está impregnada de una luz especial que busca dejar su huella en mi memoria. 

Te oigo tararear y conviertes en melodías mis tardes de domingo. Guardas en tus besos la fórmula secreta para erizar mi cuerpo por entero. Ráfagas de caricias que se instalan en cada esquina de un hogar hecho a medida de la felicidad. 

Fundes tus manos en las mías, me aferras a la vida, me regalas un amor. Deshaces mis esquemas pasados y construyes pilares en mi rutina presente.

Cuánto eres capaz de alejarte para que me acostumbre a echarte de menos. Cuánto más puedes acercarte para sentir como vibran mis entrañas. Si te quedas a vivir en mi pelo prometo derrotar tus miedos a golpe de poemas. Si en el hueco de tu cuello moldeas un espacio para reposar en ti, sacudo mis dedos y te baño entre letras. Remojo tu figura con besos en clave de sol. 

Y de mi baile arrítmico siempre serás la dueña pues corona mi vergüenza con tu ternura y derramas mi ilusión con un simple golpe de cadera. Sácame a bailar dulce alma, amante entre pasos de bachata con pisotones. Marca firme el paso mi vida, agarra mis caderas y hazme creer que lo nuestro es eterno.


martes, 11 de noviembre de 2014

Acelerar el tiempo a golpe de latido

Estas horas que restan para verte no son más que una espera de reencuentro pactado con el amor, una entrega a la rutina de quererte también en la distancia, de desearte a deshoras, de necesitar tener prendido tu aroma en mi cuerpo. No es más que la certeza de un querer adulto plagado de la ilusión de haber madurado a la par. Es más que una espera, es un latido que se hace fuerte con cada golpe de reloj, es un sentirse tan cerca que puedo cruzar tus ilusiones y hacer de este tiempo que queda para estar a tu lado un regalo hecho vida en común.

 

martes, 14 de octubre de 2014

Desorden de sentidos

Mi boca te acaricia la piel, es mi piel la que habla el idioma de tu esencia. Mi nariz ve en los sonidos de tu cuerpo el motivo perfecto para no dejarte ir. Mis ojos oyen los latidos de tu corazón, es el mío el que sopesa los desatinos. Y es mi mente la que siente que tu cuerpo es sólo mío. 
Un desorden de sentidos, un intercambio de funciones cuando sobran argumentos para capitanear este barco que fue rescatado de la deriva. Navegan las emociones por mi cuerpo, recorren cavidades y descubren océanos que se desbordan con tus caricias. 
Salen a tu encuentro mis ideas, se congela la arena y arde la nieve ante tu ausencia, ausencia que capea temporales de viento huracanado y lluvias en Agosto, que atrae el sol en Febrero y aumenta temperaturas al cambiar de calendario. 
Que mis sentidos reclaman tu alma, que mi lengua crea olores de tus lunares y mis dedos saborean tu perfume tiñiendo de primavera mis desvelos. Voces que se cruzan, miradas que hablan de dos, tiempo de amar y amores que se entregan en melodías escritas al caer el sol.

miércoles, 1 de octubre de 2014

La profundidad de su pupila

Acuartela sus ganas debajo de su ropa, se deshace con sudores fríos de los límites de su cuerpo y proclama un deseo vital de seguir experimentando.
Sacude de su mente ese constante echar de menos, se aprende de memoria el susurro de sus te quiero y amanece entre sueños de letras que le llevan a ella. 
Rememora las curvas que separan sus almas, se estremece con las caricias que se instalan en el recuerdo y proyecta su deseo en sensaciones descritas. 
Tropieza de lleno con el lento fluir del tiempo, se reafirma en sus ganas de tenerla a su lado y deshace sus pesadillas en trocitos de papel.
Visualiza de memoria su silueta de perfil, se imagina un futuro de ilusiones compartidas y acude cada noche al sonido familiar de su voz.
Padece con desvelo las peleas internas, se traslada a un punto de tiempo en común y accede con miedo al remolino de su insistencia. 

Secuestra sus ganas de besos robados, se pasea de puntillas entre sus lunares y padece su desnudez teñida de miel. 
Aprende que se pueden besar los párpados con suavidad,
que el brillo de los ojos nace desde el alma, 
que el color varía al adentrarse en las emociones
que hay relaciones más efímeras que el pestañeo
y amores tan intensos como la profundidad de las pupilas
y acaba deduciendo de su mirada un lenguaje solo escrito para ella. 

martes, 9 de septiembre de 2014

Acróstico de despedida

Vuelco mi vida ante mí, 
Acaricio mis límites, 
Contemplo mis pasos, 
Imagino desiertos estériles y
Oscilo entre vanidades y apariencias.  

Seguro de fracasos encadenados, 
Oigo voces dispares que me persiguen, 
Lamento tu maldita distancia, 
Elijo la sombra del mal, 
Dormido me empiezo a arriesgar, 
Amanezco completamente perdido y 
Dudo de ser y de sentir.

Pierdo la repentina valentía, 
Enaltezco mis crueles desvelos
Ruego a Dios misericordia, 
Delego con fuerza mi desgarro, 
Obedezco sin temor a mi pulsión y 
Niego mi eterna existencia.

Corono de espinas mi lecho, 
Utilizo por escudo la huida
Lucho ya sólo de puntillas, 
Padezco mi cruel agonía y 
Acudo en soledad al altar mayor.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Lunares entre las lunas.

MI LunA duerme cuando el SOL brilla con fuerza, se deja mecer por una respiración pausada. Conoce la calma y encuentra la paz a sus pies.
MI LunÁ(r) se deja acariciar con sigilo y contar sus marcas de miel. Convierte su cuerpo en un lienzo a su merced.
MI LunA es creciente a medio salir a su encuentro con gente desconocida. Se llena de vida con personas de la FAz de su alma.
MI LunÁ(r) guarda paisajes inimaginables, goza seREna, calma la sed. Sirve de refugio de brazos entrelazaDOs.
MI LunA reina en los cielos, se traslada a la tierra alumbrando la oscuridad perdida. DesveLA secretos en la madrugada calurosa.
MI LunÁ(r) roza inSÓLita pieles desnudas, disfruta de verse empapada de caricias. Calca sus formas en carnes ajenas que se adhieren eternamente a ella.


Dunas de lunas al caerse el SOL. 
Lunares impregnaDOs de aromas distintos entRE SÍ. 
SI su grandiosa luz se hiciera pequeña
 talLAría su piel de machas pREciosas 
acabaría irradiando sin MIeDO su esencia,
 terminaría FÁcilmente trasluciendo su ser. 

jueves, 29 de mayo de 2014

Cáscara de nuez


Cáscara de nuez que se abre al primer golpe seco dejando al descubierto su corazón de carne, sabroso, saciador y crujiente. Se vacía de todo dejando huecos que parecen cavernas donde guardar secretos y alejarlos de la vista de los tozudos indiscretos.

Cáscara de nuez que al tacto recuerda a esas montañas que quedan por escalar con los valles a sus pies pidiendo ser descubiertos para encontrarse a salvo. Se parte en dos mitades tan parecidas que no son si la otra no existe, encajan y todo cuadra, paradoja, en forma ovalada.

Cáscara de nuez que puede transformarse en barco navegando a la deriva en un lugar tan inusual como el lavabo de un bar. Se deja sentir balanceándose por el agua que la dirige a rincones perdidos en el recuerdo del ayer.

Cáscara de nuez que acaba convirtiéndose en una vela improvisada que alumbra el camino oscuro de la incertidumbre. Se quiebra la opacidad de la noche abriendo paso a una inusitada claridad que despierta los seis sentidos, se cuela la intuición a capitanear el barco.

Si se pudieran escalar montañas en barcos de cáscaras de nuez, si se pudiera navegar en mar abierto alumbrado por la cera de abeja en mitades perfectas… Si todo eso fuese posible dejaría de ser real. No sería necesario descubrir valles para sentirse en paz. Ni convencerse de que el agua equilibra los miedos y permite proseguir. No sería necesario que en las noches más oscuras se utilizara un sentido distinto que complemente, equipare y de unidad a esas cáscaras de nuez que juntas  se ensamblan en una, el todo hecho de dos. 

jueves, 15 de mayo de 2014

Poema de Medianoche

Mi amor y mi deseo por ti van de la mano,
caminan firme y a compás de los latidos. 
Mirada que ansía tu cuerpo desnudo, 
manos que anhelan tu piel que supura pasión.
Entrelazar mis manos a tus dedos 
y posarlos en mi pecho. 
Suaves, delgados y lanzados hacia mí, 
que torpe mis manos buscando tu sexo. 
Qué maravilla de boca me ofrece tu rostro, 
dientes blancos, pureza. 
Grandeza que inspira tu manera de moverte, 
me enredo en tu pelo y descanso en tu ombligo. 
Quién es mi mente para invadir tu espacio, 
prefiero tu aroma entre cien mil olores.
Pausa, besos, paso del tiempo junto a ti,
añoro un te quiero y susurro un te amo. 
Mis labios rozando tu lóbulo. 
Me quedo a vivir en tu espalda.
Me enclavo en tu ser,
acampo en tu esencia. 
Te elijo a ti, 
amor mío.

miércoles, 23 de abril de 2014

DESESPERACIÓN


No podía ocultar la extraña sensación que le producía la llegada de la primavera, el clarear del cielo, el brillo del sol calentando su cuerpo a medio día y la cubierta verdosa que firmaba la paz entre las aldeas más cercanas. Relataba la vieja costumbre que tenía desde hace ya demasiados años, de recibir la nueva estación con una mezcla de desazón y orgullo más propia de quien contempla la vida con la voz de la experiencia. No hacía mucho tiempo que había dejado de asombrarse por la rapidez con la que se arrancaban las páginas en el calendario a la par que aparecían canas en su cabellera rizada y fuerte.

El otoño de frescos atardecer en los que los viandantes debían apartar las hojas de los árboles para pasear, se había quedado atrás; testigo fiel de su recién consolidada madurez y leal compañero de las tardes de espera desesperada con una copa de pacharán removiéndose entre las manos. Pretendía olvidar los sudores fríos que le provocaba el silencio sepulcral del teléfono y las veces que había levantado el auricular ansiando encontrar su voz al otro lado de la línea. No necesitaba confirmación de la locura añadida a un corazón cansado ya de esperar, que latía cada vez más lento y que se sobresaltaba ante las cabezadas interrumpidas por el reloj de la pared que marcaba, como cada día, las doce campanadas.

Demasiado atrás quedaban los días excesivamente cortos en los que tiritaba su alma en busca de un lugar donde poder refugiarse del frío que se colaba hasta en sus entrañas y le dejaba congeladas las ideas, suspendidas en el aire sin encontrar conclusión alguna. Ahuyentaba los recuerdos agrietados de la soledad de una cama que tenía la silueta aún caliente del amor perdido. No quería aceptar que su marcha no tenía retorno, que su huida en búsqueda de la felicidad no era una amenaza más de la larga lista de reproches a media luz.

Con el compás de las agujas del reloj, marcaba sus propios límites a las dudas que le taladraban la cabeza con el tic-tac constante. Aterrizaba en la mesa de camilla, con sus manos cuarteadas en las que se veía el paso de los años en cada línea superpuesta, en las arrugas que decoraban su mayor virtud, unos dedos de pianista venido a más que apostaba por descubrir cada palmo de un cuerpo que ya no era suyo, ni de nadie. Anhelaba acariciar despacio acompasando su respiración a los latidos acelerados de un corazón palpitante de ganas, rebosante de deseo.

Como cada 23 de abril había recorrido con la mirada las cuatro hileras de su estantería, descartando algunos tomos demasiado densos para su ya cansada vista o excesivamente románticos para su maltrecho corazón. Se dejaba guiar por la intuición, rechazando autores consagrados y reposando la atención en esos autores nóveles que pasan desapercibidos para los académicos. No recordaba en qué momento de su infancia quedó prendado de la lectura pero sabía, a ciencia cierta, que le había salvado de multitud de desgracias y le había dado refugio cuando no encontraba consuelo en otro ser humano. Los libros le habían abierto las puertas de mundos paralelos muy distantes del suyo en los que conocer diversas formas de amar y ser amado e innumerables maneras de sobrevivir al desamor, a la partida de la persona, a la soledad impuesta no elegida.

Como cada año por estas fechas, acumulaba el deseo de saber, de recordar viejas historias, de descubrir fragmentos nuevos, daba al traste con el desengaño y abría las páginas del libro. Un lunático y soñador que acababa eligiendo el ejemplar por la dedicatoria que tenía un sentido, y a la que atribuía un significado en función de cuál fuese su estado de ánimo en ese momento. Buena elección, decía para sus adentros e inhalando el aroma que desprenden los libros ya usados, sonría y reflejaba un brillo distinto su mirada.

Con la lectura las agujas del reloj parecían coger carrerillas y se peleaban las horas por ir corriendo al encuentro de la luna. No había para él mejor manera de invertir el tiempo que escuchando el canto de los pájaros como única banda sonora de los primeros atardeceres de la primavera, que llenaban el cielo de colores a modo de lienzo combinados entre sí, rosa, amarillo, azul, morado… y algún otro color que se colaba entre los rayos de un sol que se despedía debilitado.  

Hacía meses que su estómago no aceptaba raciones más grande de lo que cupiese en la palma de su mano, tenía los nervios hincados y agarrados a cada poro de su piel y no era capaz de desprenderse del sabor amargo que da el saberse derrotado. Que traicionero es el miedo cuando se instala en el hogar de uno dispuesto a sobrevivir a la razón y dejar tocado y hundido al corazón. La hora de la cena era, con diferencia, el peor momento porque el cuerpo le pedía hacer balance con otra alma de lo sucedido durante día y no encontraba un corazón latiendo al otro lado de la mesa. Detestaba hablar sólo pero su voz era lo único que en el silencio de la noche conseguía calmarlo.

El sentido de presencia, que llaman los entendidos a lo que como otras personas él sufre, acababa por quitarle cordura a su ya desestructurada cabeza. No entendía cómo era posible sentirse acariciado por una sombra fruto de algo tan humano, como echar en falta y necesitar a ese alguien a tu lado. Era capaz de oler su perfume recién pulverizado en el dormitorio que tenían en común y de verse buscando entre su ropa restos de cabellos negros y puros que le hiciesen creer que aún estaba allí. Maldita soledad, pensaba, al comprobar en el espejo la ausencia en la habitación y el vacío en el hueco de la cama.

Había inventado diversas formas de aliarse con Morfeo y mano a mano derrotar a un insomnio que era el único fiel que jamás lo dejaba de visitar, noche tras noche. Ojeaba tres ejemplares encima de su mesilla de noche y elegía esta vez al azar, cuál de ellos acabaría por caérsele en la cara cuando el sueño ganase la partida. Cogía una pluma grabada en 1947 en aquella joyería elegante, Zafiro se llamaba como la piedra preciosa, de un azul brillante que deslumbraba con solo mirarla de soslayo. Agarraba la pluma imprimiendo el peso justo para poder ser deslizada por el folio imaginando frases elocuentes con las que sorprender a su amada cuando, cansada de buscar fuera, volviese a su encuentro buscando refugio entre sus flácidos brazos. Nunca encontraba la sentencia perfecta que consiguiese aunar y dar coherencia a sus sentimientos en plena ebullición adolescente, a su edad aún se consideraba un chaval en cuanto a emociones se refiere.

Esta vez no había tenido suerte, estaba despierto como si fuese pleno día y había desistido de seguir intentando dormir por lo que deambulaba por la casa, de habitación en habitación. Iba enlazando recuerdos que se hacían vívidos y traían al presente sensaciones pasadas, discusiones combatidas con caricias, besos robados antes de irse a trabajar y planes de futuro, de un futuro interrumpido por una decisión postergada que había acabado por dar al traste con expectativas comunes en el idioma de dos. Sus piernas no resistían ya tantas horas en vela y acabaron por reclamar a gritos una tregua. Se sentó en el sofá, irguió la cabeza y apoyó los codos en las piernas formando un ángulo recto con la barbilla, esa era una postura que adoptaba cuando necesitaba pensar. Oh Dios mío, dijo suspirando y soltando todo el cansancio acumulado en estos meses. No se consideraba creyente salvo, como la mayoría de las personas, en situaciones difíciles en las que se convierte en necesidad acudir a alguien buscando consuelo o para ser el centro de la diana de toda culpa.

Los primeros rayos del sol se colaban a través de la cortina y le despertaba del breve duerme-vela en el que había caído rendido a última hora. Sólo el agua bien fría conseguiría despejar sus ojos y desenredar sus cabellos enmarañados. Se había propuesto justo antes de la cabezada, que esta vez saldría a la calle a esperar en el banco de siempre, alentado por un pálpito o una intuición breve apenas descifrable que le hacía creer que había llegado el momento del reencuentro.

Eligió de entre su rebosante armario una camisa sobria en blanco roto a la que alegrar al combinar con una corbata azul oscuro con lunares diminutos de una tonalidad inferior. Seleccionó su pisa corbata favorito de la misma joyería que la pluma del desvelo con detalles en oro y grabado con sus iniciales E.R.S. Unos pantalones de pinza, ajustados a su cintura con un cinturón de cuero que dejaba a la vista un cuerpo esmirriado que había ido perdiendo peso progresivamente. Como seña de identidad y máxima elegancia unos náuticos recién limpiados con la paciencia y pulcritud necesarias. Justo antes de salir, echó un vistazo en el espejo de la entrada, se le había olvidado coger su mascota verde militar que apoyó con delicadeza sobre su cabeza. Estaba listo, podía salir tranquilo.

Caminó con la cadencia justa, imprimiendo en cada pisada una duda no resuelta de los días pasados y afianzando la idea de que hoy iba a ser el gran día. Alargaba la velocidad de sus pasos a la vez que ralentizaba su imaginación instalándose en el ahora y disfrutando del silencio de un barrio que aún no había amanecido. Llegó sin aliento, carcomido por la necesidad inherente de encontrar sentido a su entusiasmo. Observó, con la distancia justa, el banco que también tenía garabateada sus iniciales pero esta vez unidas a la de su amada formando un todo armonioso que sí que daba sentido a la espera. Una paloma apoyaba sus patas en el extremo del banco a la que consiguió apartar con un movimiento sutil de su sombrero, descartando el mensaje que pudiese haberle traído. Y se sentó sin más dilación, a esperar.

De repente reconoció entre el aire circundante un aroma peculiar, una colonia que había estado pegada a cada poro de su piel antaño, y giró la cabeza preso de una angustia desmedida intentando cruzar su mirada con los ojos color miel que tanto había echado de menos. Desafortunadamente no era su mujer, era otra señora con aires de grandeza que se permitía llevar encima un perfume de tan alta categoría. Se le encogió el corazón, se estremeció de los pies a la cabeza y se quedó vacío. Decidió combatir la ansiedad tarareando su canción favorita esa con la que inició el baile de bodas y que sirvió de preliminar de la noche de mayor sexo de su vida, en la que besó sin parar y lamió por encima de sus posibilidades. Con sólo entonar las primeras notas musicales era capaz de sentir las caricias de esa noche y estuvo a punto de revivir el orgasmo más placentero de su existencia.

Sintió una mano posarse en su hombro, cerró los ojos intentando no despertar del sueño, los abrió con temor por si se rompía la burbuja mágica que envolvía el ambiente y se inclinó hacia atrás buscando el brazo al que pertenecía esa mano. Con la suya propia agarró fuerte la mano y la dejó cinco segundos que a modo de cuenta atrás le permitieron armarse de valor para alzar la mirada y reencontrarse con ese ser que respiraba a su lado. “Buenas tardes amor, ¿se te ha hecho larga la espera?” una pregunta impertinente que sobraba en el reencuentro tres años después. Un silencio por respuesta y un grito contenido a la altura de la garganta que aprisionaba el aire en sus pulmones impidiéndole respirar. “Aquí me tienes mujer, sigo siendo tuyo” contestaron sus ojos y dos lagrimones cayeron a borbotones por su mejilla. Unos dedos delicados rescataron las lágrimas a medio camino provocando que se le erizaran los bellos de su piel, no lo pudo evitar y los besó con mimo devolviéndole la vida.

La mujer que ocultaba su impaciencia detrás de las gafas de sol acabó por guardar silencio, obviando las excusas declamando con sus gestos el perdón de su hombre. No existía justificación alguna para su ausencia salvo una aventura que había durado más de lo debido, durante la que había aprendido que su alma estaba incompleta y sólo encontraría consuelo regresando a casa. Se sentó a su lado dejando caer todo el peso de la culpa sobre el banco y suspiró. Sería capaz de perdonarte hasta que me hubieses sido infiel, se atrevió a pensar él. Le vendería hasta mi alma al diablo por recuperar una vida en común contigo, sentenció ella. Sus corazones acelerados sincronizaron sus latidos, las inspiraciones a velocidad de vértigo se atropellaban con las espiraciones y les temblaban hasta las arrugas de los rostros ya curtidos por el paso del tiempo. Y, a modo de exhalación, ambos susurraron un te quiero, apenas audible, demasiado mudo para ser verdad.

No hubo más preguntas que las que inquirían sus ojos mientras aunaron sus ganas, desecharon sus miedos y se entrelazaron en un abrazo. Las manos de él apretaban la espalda de ella, atravesando hasta la ropa y acariciando la piel. La cabeza de ella buscaba el hueco justo de la clavícula de su amor, donde reposar el desengaño y coger fuerzas para arrepentirse de su partida. Se paró el tiempo, se congeló el pánico y floreció el deseo. Un deseo de amarse más allá del tiempo perdido, por encima de un futuro en común. Deshicieron el abrazo y encajaron sus manos de manera perfecta, se levantaron del banco con sus iniciales dentro de un corazón e iniciaron la vuelta a casa. A toda prisa, sin interrupciones, dispuestos a quitarse la ropa a bocados a pesar de su edad o de que sus dedos temblorosos no atinasen a desabrochar los botones de su blusa o bajar la cremallera de su pantalón.

Se habían equivocado, hasta el amante más desastroso hubiese recordado como desnudar al otro cuando lo tuviese frente a frente. Embistió él despacio, con la velocidad justa, sin hacer daño, no siendo traicionado por la falta de práctica. Se dejó penetrar ella mientras dejaba caer su sujetador al suelo y contempló su silueta demasiado madura en el espejo. Eran desmedidamente adultos casi rozaban el límite de la ancianidad pero se descubrían el uno al otro como si fuesen niños, traviesos, juguetones y divertidos. Estallaron de puro placer primero ella, luego él… no importaba el orden, los dos habían conseguido sentirse plenos y satisfechos. Exhaustos se esparramaron en la cama con las sábanas desordenadas y la ropa desperdigada por la habitación.

Se hizo el silencio, ya no había palabras lascivas, no existían las ansias por amarse, era el momento de aterrizar. Aquí estaban los dos, tres años después de que ella decidiese coger la puerta y marcharse, tres años en los que él se había vuelto loco esperándola. Ahora fue él quien rompió el silencio para recoger todas sus cosas, sacar del armario una maleta que había preparado meses atrás y en la que aún había hueco para los libros de la mesilla testigos de su recién recobrada sexualidad. Cerró la cremallera de la maleta, se vistió con calma mientras ella desconcertada no daba crédito a lo que veían sus ojos. Se escuchó un portazo seco y firme y una nota se coló por debajo de la puerta: “Tu partida me quitó la vida, ahora pienso recuperarla. Hasta siempre, mi amor”
   
23 DE ABRIL DE 2013

lunes, 21 de abril de 2014

Mi música en tu primavera.

Mi boca acaricia tu piel desnuda, mi piel es la que habla el idioma de tu esencia y mi nariz consigue ver en los sonidos de tu cuerpo el motivo perfecto para no dejarte ir. Mis ojos oyen los latidos de tu corazón, es el mío el que sopesa los desatinos y mi mente la que siente que tu alma es sola mía.
Navegan las emociones por mis venas, recorren cavidades, descubren océanos que se desbordan con tus caricias. Salen a tu encuentro mis ideas, se congela la arena y arde la nieve ante tu ausencia, ausencia que capea temporales de vientos huracanados y lluvias en pleno agosto, que atrapa el sol en febrero y aumenta las temperaturas al cambiar el calendario. 
Mis sentidos reclaman tus pliegues, mi lengua crea sabores de tu lunares y mis dedos saborean tu perfume tiñendo de primavera mis desvelos. Voces que se cruzan, miradas que hablan de dos, tiempo de amar y amores que entregan con la caída del sol. 
Un desorden de sentidos, un intercambio de funciones cuando sobran argumentos para capitanear este barco que fue rescatado de la deriva.


Al final... mis uñas 
al recorrer tu espalda 
acaban haciendo música. 

domingo, 30 de marzo de 2014

Ansiando libertad



Ausencia de todo menos de ti, dejando a un lado los lastres y pesares de vidas anteriores y luciendo un cuerpo que camina por fin liviano y seguro junto a ti. Qué osadía rememorar justo ahora la esencia de aquella cama de hotel compartida que fue testigo del comienzo de un despertar de variadas emociones. No puedo evitarlo, me dejo arrastrar por el recuerdo de ese 17 de Febrero, con la luz a medias y el silencio acompasando la respiración. 
Cierro los ojos y puedo aun sentir cómo envolvías mi cuerpo con el tuyo haciendo que mi alma construyera castillos en el aire. Durante horas conseguimos frenar el ritmo vertiginoso del mundo y quedarnos ancladas en ese abrazo que insufló de aire puro tu maltrecho corazón y dio un impulso a un sentimiento que estaba aun latente en mí. A partir de aquel momento inventé teorías inconclusas para explicar todos los amaneceres y anocheceres siguientes pero acabé por desechar tantas excusas que no hacían otra cosa que enmascarar(me). 
Mientras me buscaba a mí misma fue tu reflejo el que le devolvió el sentido a mi existencia. Empecé a vivir(te) por entero y ansiar(te) con más libertad y se fue secando la tinta de mis sueños porque todo lo deseado hasta ahora empezaba a hacerse realidad. Me abandoné a querer(te), me dejé la pluma dentro de la maleta y decidí que para escribir primero hay que vivir; asirse con fuerza al brillo de una mirada, acariciar una piel y conseguir que se erice al posar en ella las yemas de los dedos.
Muero por silenciar tus dudas en la distancia, calmar tus miedos multiplicando la ilusión, hacer que pierdan fuelle tus sensaciones negativas. Necesito que me dejes que pisotee con firmeza las noches de camas vacías y que avive el deseo con cada cuenta atrás. Me atrevo a provocar(te) hablando bajito, siendo cómplice de ti, contigo, pretendo gozar los minutos de encuentro y prometo rebatir tus luchas interiores con solo mirar(te).

Y si entre recuerdos y vivencias 
echamos raíces en casa, 
seguimos componiendo a medias
 esta vida, la tuya, la mía, la de las dos.