miércoles, 13 de noviembre de 2013

Desnuda

La viste desnuda mucho antes de quitarle la ropa, desgranando su nostalgia en trozos de papel, refugiando sus miedos en bolas de cristal y escuchándola maldecir al tiempo. Quitaste una a una las capas de una piel desgastada de tanto dolor acumulado en años de autoreproches infligidos hasta que se quedó a oscuras en una habitación llena de espejos. Hiciste de su fragilidad una capa con la que cubrir su alma deshojada de historias a medio contar, dónde poder encontrar el calor que se había sudado en cada lágrima. 
Con mil capas de piel en el suelo y apilando los montones de nostalgias, la invitaste a saltar sobre ellas a golpe de canción, aplastando lo que hacía mucho tiempo que sobraba para machacar el recuerdo y poder empezar a a renacer. Asististe como invitada de honor a la renuncia a los fantasmas, a un volver a quererse sin presiones ni mandatos y le fuiste tendiendo ropa usada impregnada de aromas nuevos para que dejase por fin de estar en cuero. 
Y a cada paso que avanzaba, una prenda dejaba caer en el suelo, quería esta vez aparecer plenamente desnuda ante los espejos para contemplar su figura en tres dimensiones y disfrutar de su reflejo en tu mirada. Dos manos distintas fueron recogiendo uno a uno el desorden de la habitación sellando la puerta del cuarto a empujones para aislarse de un mundo y construir un refugio en el que la protagonista principal es la piel, de dos, desde el amanecer hasta el anochecer. 

martes, 12 de noviembre de 2013

Lágrimas por la borda

Aun estaba abrazada a ti cuando sentí algo húmedo que me rozaba la cara y caía lentamente hacia mi escote, al tiempo que se posaba en mi mejilla aprecié como mis tripas se iban haciendo un nudo de dimensiones descomunales y un frío se posó en mis manos. Busqué en tu rostro, me encontré unos ojos que habían perdido su color miel y estaban clareados por unas lágrimas que habían pasado de tu cara a la mía como saltando al vacío. Un vacío que ponía en bandeja una despedida de dos manos que se soltaban hasta el próximo encuentro, de dos olores mezclados que iban a ir perdiendo su intensidad en la ropa hasta hacerse imperceptible. Entre cruce y cruce de mirada conseguí rescatar un par de lágrimas con mi boca y empecé a bebérmelas como si así lograse hacerlas desaparecer. Ese característico sabor a sal me hizo evocar el mar, testigo de nuestros paseos de la infancia, nuestras confesiones en el faro de la adolescencia y nuestros besos en alta mar del último verano. Como el agua que vuelve atrás después del rompeolas se fueron secando tus lágrimas en la arena de mi realidad, mi presente, mi marcha y mi regreso programado. Tocaba partir de nuevo, detén tus lágrimas y échalas por la borda, supliqué con mi mirada clavada en la tuya y abrázame sentencié buscando tu cuerpo.  

Cuánto duele el amor al ser interrumpido por las obligaciones terrenales cuando el mismo Dios ha unido a esas dos bocas que quieren quedarse unida al anochecer y se buscan a primera hora de la mañana. 
Cómo puede sentirse el dolor de la otra persona hasta el punto de encogerse el corazón, hacer palidecer la piel y congelar las neuronas. 
Dónde se guardan los abrazos que se anhelan durante la semana y que no encuentran al lado a ese cuerpo del deseo que se muere de ganas de ser abrazado. 
Por qué hay historias que se transforman con los años,  se van moldeando hasta crear un lienzo perfecto y trazar un presente de dos.

Hay lágrimas que intentan darle respuestas a tantas incógnitas que se hacen patente en el día de la despedida y que por supervivencia van perdiendo fuelle a lo largo de la semana, dándole pie a nuevas ilusiones, proyectos de vida en común y palabras que van y vienen. Esas palabras consiguen ir ahuyentando los miedos, sopesando la desesperación de la partida, acrecentando las ganas de verse y uniendo en la distancia a esos corazones que llevan mucho tiempo latiendo al unísono.