viernes, 21 de diciembre de 2012

Doble sentido

Me sentaría ahora mismo delante de una chimenea con un gintonic bien fresquito en la mano, para brindar por los ciclos que se cierran aunque duelan. Y, si al chocar los vasos los cristales se hacen añicos, me alegraría al evocar como las penas, al compartirlas, se desintegran. La habitación está a oscuras, se bajan las persianas y se queda la luz del fuego que alumbra los ojos y hace que las lágrimas que brotan de los ojos brillen. Atrás se queda la incertidumbre que llevaba a imaginar un final mucho peor, pues anticipación desgraciadamente es sinónimo de desastre. Atrás se queda la ansiedad de la espera desesperada que llevaba a contar los días de dos en dos, a sumar latidos y añadir sudor, frío. Atrás se quedan las noches en velas y los días sobrevividos a base de café, en taza grande, dónde poderse refugiar en caso de que el desenlace fuese inminente. 

Me sentaría ahora mismo en un sofá bien cómodo que me permitiese envolver los pies en una manta que me aislase de las bajas temperaturas, que me hiciese inmune al dolor. Y, si al refugiarme en el calor que me arropa dejo de sentir, me olvidaría de las promesas de un futuro mejor. La habitación está en silencio, no se escucha el ruido de la gente subiendo y bajando escaleras, las palabras aunque no sean pronunciadas se hacen audibles, cobran vida. Atrás se dejan las horas esperando una conversación que, como una paga extra, devolviese el sentido a lo que ya había dejado de tenerlo. Atrás se dejan las necesidades no satisfechas y las mentiras enmascaradas con suposiciones sin base real. Atrás se dejan las expectativas de no tener que cerrar el ciclo, de darle una vuelta de tuerca más a la historia que permita seguir viviendo como hasta ahora, seguir malviviendo con la esperanza de que todo cambie y regresen los tiempos gloriosos en los que los deseos se alcanzaban, los reproches no existían y se podía lograr todo cuanto estuviese al alcance de   la mano. 

Y, tumbada en el sofá a los pies de una chimenea con un "chismito" entre las manos, se termina de redondear el círculo, se pone el punto y final, se echa el cierre definitivo. Y la vida nos abre las puertas de algo distinto que aunque incierto puede llegar a ser todavía mejor. Porque lo que duele y no sana, porque la herida que supura día sí y día también hay que dejarla atrás, sin miedo y con valor no recreándose en los rescoldos, no viviendo de las cenizas. 

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