miércoles, 7 de octubre de 2009

Caminar, sólo caminar...

Al andar vamos dejando un rastro que habla de quiénes somos, de cómo vemos el mundo y de cuáles son nuestras metas. No es de extrañar que nuestro caminar evoluciones conforme vamos creciendo, que pase de ser un caminar desenfrenado a un caminar constante y sonante.
En la niñez, nos pueden las prisas y las ganas de llegar los primeros al sitio que sea, más que pasos son zancadas hacia la meta sin importar el camino andado.
En la adolescencia, al caminar nuestros hombros pesan, nuestra mirada es esquiva y parece que los pasos marcan el tiempo que subyace en nuestra alma.
Al comienzo de la adultez, sacamos pecho y creemos que el mundo está a nuestros pies y que nada ni nadie nos va a frenar.
En plena adultez, cada paso cobra un significado y asimilas que tus pies eligen el camino que tu corazón desea.
Llegando a la vejez, lo importante es el poder caminar y plasmar el pasar de los años con la libertad de haber recorrido el mundo a pie.

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