jueves, 9 de mayo de 2013

Cerrando puertas

Me recorre por el cuerpo una desagradable sensación, va dejando en el cuello su rastro en forma de músculo contraído que se agarra fuertemente a la piel buscando consuelo. Baja por la espalda recorriendo cada vértebra empujándola hacia adentro y aprisionándola para que no respire. Da un pequeño giro hacia la derecha bordea el ombligo y se cuela entre las tripas donde está el alma de la preocupación convertida en una especie de retortijón emocional. Desciende un poco y tensa cada una de las piernas impulsándolas a correr para deshacer los nudos y relajar el cuerpo al completo. Esa sensación es la que lanza la moneda al aire, para que justo cuando esté a punto de caer cierre los ojos deseando que salga la "cara a" pues la "cara b" me ha estado arrastrando hacia un pozo sin fondo en el que ya no queda más agua en la que nadar. Y con esa antigua sensación se ponen en marcha todos los sistemas de alarma y a modo de sentencia firme mi mente comienza a tomar decisiones que han estado siendo sopesadas meses atrás. Decisiones que encienden la luz haciendo que el foco deje de alumbrar hacia lo negativo y amplíe su campo de visión. Decisiones que permiten disfrutar de una nueva vida con mayores riquezas, dónde los valores no se suponen sino que se demuestran y dónde puedo crecer como persona porque me dejan el espacio necesario para hacerlo. Decisiones que cierran la puerta a personas que restan y dan la oportunidad de permanecer a los que de verdad suman, aprendiendo de lo vivido contemplando las dos versiones de la historia para intentar no volver a cometer los mismos errores, para no darle la licencia a nadie de que me haga dudar de mi misma. 
Definitivamente cruzo la puerta y otro lado respiro oliendo a mar, sustituyendo mis lágrimas por la sal de las olas. 
Cierro la puerta, por fin.

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