viernes, 16 de septiembre de 2011

Ella, la flor más bella del jardín

Era una sensación casi unánime en el Centro de Día, una mezcla de desazón y desconsuelo con pequeñas dosis de incertidumbre. Nadie podía haberse imaginado cómo de la noche a la mañana iban a tener una baja, sin previo aviso, sin nada que hicese suponer tal decisión, cómo era posible se planteaban todos los que estaban allí... De lejos se oían comentarios hirientes sobre tal desaparición, ella, la flor más bella del centro, había sido trasladada a un asilo, a una ciudad distinta por una carretera de curvas y baches como los que le esperaban al llegar a su destino.




Un cuarto desconocido, sin rastro de viejas historias, sin nada familiar a lo que aferrarse en un momento de lucidez, una cama que en nada se parecía a la suya, una mesilla de noche con una lámpara con una luz ténue y una mecedora que tenía su propia melodía incorporada y que le recordaba, eso sí, a la que tenía en su casa cuando era niña y su madre la mecía para que se durmiese tranquila. Grandes pasillos, blancos sin rostros de vida, y un comedor con caras desconocidas que a los pocos dias se volverían vecinas e incluso amigas.




Lo mejor de todo aquello, para ella, era el jardín con un aroma particular y flores de todos los colores, tamaños y formas. Era espacioso, tenía bancos en los que compartir charlas y confesiones. En ese rincón, apartado de la realidad inmediata, se sentía viva, podía recordar cuál había sido el motor de su existencia y cómo podía disfrutar de nuevo hogar, alejada de todos los miedos y dejándose invadir por una nueva felicidad, volver a nacer a los 78 años.

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