lunes, 28 de septiembre de 2015

Componiéndote

Se levantó aquella mañana con la intuición de que algo nuevo iba a suceder, con ese pálpito que se siente en las entrañas y que sabe a cambio. Hacía tiempo que se había propuesto no ceder a las críticas, a los menosprecios de los que se creen dioses y a la osadía de quien se percibe tan sabio que está exento de errores. Sí, esas personas que pisan en vez de tender la mano, que resaltan lo negativo sin mencionar los aciertos, aquellas que se creen dueñas de la verdad más absoluta. Sí, esas personas que no conviene tener cerca, o mejor sí para poderlas tener vigiladas. Hablábamos de la intuición con la que amaneció a primeros de otoño, un giro inesperado o quizás lo que se había ido gestando sin ni siquiera haberse dado cuenta. Llevaba varios meses con el calendario a cuestas, tachando los días que quedaban para verse, volteando la rutina hacia el encuentro y girando la rueda para apostar por el rojo. Bendito el destino que les había brindado la oportunidad de descubrirse sin ropajes, de quedarse desnudos frente a enormes espejos, con la luz entrando en la ventana un amanecer tras otros. Acumulaba ganas de más, ansiaba noches de luna llena a su lado, quería restar kms y sumar segundos, minutos y hasta años a su lado. Soñadora, incansable e insaciable, no retrocedía jamás si tenía una meta entre manos, sostenía la mirada de cuantos osaran impedir alcanzar su sueño. Y su sueño, era ella, de tez morena y ojos verdes, de risa desbordante y lágrima difícil. Ella, que se aprendía las noticias antes de poner un pié en el suelo y que prefería cuidar a ser mimada. Cómo iba a poder devolverle el amor que reflejaban sus pupilas, que incendiaban de fuego la habitación en penumbras y ponía el mar en calma en los momentos de tempestad de mente. Acariciaba su sueño al tocar su piel, se alejaba de la ciudad soñada y se encaminaba hacia el paraíso. Sí, un paraíso con un faro de guía en cada puerto. Componía melodías en cada hoja de papel que caía en sus manos, sabía, mejor que nadie, como sacarle brillo a su sonrisa y como colocarse en su regazo para regalarle calma. Amaba su esencia de mujer y su alma limpia, esa curva perfecta de su espalda, y ese juego de lunares de su cuerpo. Quería, que el pálpito de hoy no se quedara en el olvido, quería por todos los medios darle vida a lo soñado, continuidad a las caricias y eternidad a los abrazos. Quería seguir moldeando el destino acercándose, aun más, al paraíso.


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