viernes, 14 de septiembre de 2012

Cristales rotos


Me miraste a los ojos con templanza, sin dudar, contando cada fragmento de una vida que en tu boca sonaba ajena porque refugiaste tu dolor con expresiones de un lenguaje que no era el tuyo y que te permitía distanciarte de lo vivido, depositarlo en cuerpo extraño como si no quisieras sentir. Me hiciste cómplice de los días sin luz, de las mañanas sin consuelo, de ese verte sumida en un mundo al que no debías pertenecer por derecho, por dignidad. Me enseñaste que no es más fuerte el que más aguanta sino el que sabe en qué momento escapar, el que sabe pararle los pies al más malvado y aliarse con el más humano. Me hiciste ver que la felina más suave y linda sabe esconder sus garras hasta el momento oportuno para acabar destruyendo al lobo más audaz. 
Ahora te pido, por favor, que arranques los cristales que aún tengo adheridos a mi piel por culpa de ese espejo que se rompió cuando a gritos y a pecho descubierto desgranaste tu historia en aquella habitación desolada.


  

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