miércoles, 28 de diciembre de 2011

Perdí la cuenta de las veces que evoqué ese recuerdo, en el que me mirabas a medio camino entre el deseo y el odio queriéndome decir sin palabras que nunca te dejara marchar. Sonreías como si sólo existiese el presente, una habitación destartalada de adolescente con la música de REM adherida a cada centímetro de la pared, las persianas bajadas protegiéndonos de interrupciones indiscretas, esas sábanas como testigo de nuestra complicidad y un desorden permitido entre las prisas por habernos dejado amar. Te bajaste de la litera, emprendiste un camino con regreso a mis brazos, dispuesto a regalarme otro momento de felicidad mientras yo disfrutaba de tenerte lejos pero demasiado cerca, admiraba tu cuerpo, me quedaba prendada de cada palmo de tu piel y cerraba los ojos intentando convertir ese momento en eterno.

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