jueves, 11 de noviembre de 2010

Reescribiendo: "la ladrona de libros"

Allí estaba sentada en el filo de la cama, con la punta de los pies rozando el suelo, apoyaba su regazo en ese instrumento que la mantenía unida a la vida, el acordeón. Sus dedos esperaban ser apretados para entonar la melodía de la despedida pero estaban fijos, aterrados y encogidos de tal amarga soledad. La música era sorda, sólo podía oírse el respirar profundo y pausado tan amablemente compaginado con el sonido de su corazón que marcaba las notas de su vida, aquella que perdía el sentido por no tenerlo junto a ella. No, sí que estaba a su lado, entre sus entrañas, reencarnado en el acordeón, podía sentirlo cerca verlo sonreír mientras reinventaba canciones al compás del viento en el frío invierno. Su olor estaba impregnado en cada rincón de esa habitación, en cada parte del instrumento, podía reconocer su colonia aunque hubieran pasado semanas desde su partida. Apretaba imaginariamente sus manos contra las suyas por tener cernido su cuerpo y su alma a aquel viejo compañero que era el fiel reflejo de una historia pasada y el espejo de lo que serían sus dias a partir de entonces, un aferrarse a un objeto cualquiera aguantando la espera de verlo regresar, a ser posible con vida.

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