Me recorre una agradable sensación en los labios, todavía tengo el regusto del vino dulce y en los oídos el tintineo de dos copas al brindar. Situar el amor en un espacio de ayer con la nostalgia impregnada en las paredes y ese plato perfectamente elegido coronando una mesa para dos.
Conquistar por medio del paladar, una tarea digno de un buen maestro, sellar abrazos con una mirada a los ojos y unas manos entrelazadas que no se esconden debajo de la mesa. Promesas que son un péndulo luchando cara a cara con la rutina. Si vienes prometo quedarme a vivir en tus pupilas. Si vas a quedarte prometo volver a la calma pegada a tu espalda. Prometo dejar de prometer si nos cambia la vida. Sí, quiero.
A nuestro lado, se escuchan conversaciones ajenas, son dos hombres arreglando el mundo mientras brindan con Lunares. Cuántos proyectos se inician en la sobremesa que no van más allá de los postres o cuántas propuestas se materializan al sobrevivir a la resaca. Embriagados del buen vino, con el sol reflejándose en los castellanos, departiendo entre plato y plato, mientras pasa el camarero sumergido en su trabajo ajeno a lo que se cuece más allá de la cocina.
Perdone, dos copas más de vino dulce que las palabras tiene dueño y traviesas corren hacía tus oídos. Déjame que mi lengua te revele lo que mi piel no alcanza a decirte, piérdete en ensoñaciones en esta víspera de vacaciones que mi tiempo es más mío si te pertenece, que la libertad de acudir a tu encuentro se engrandece con tus latidos.
Déjame que te cuente como quiero que sea nuestro mundo, un último brindis alzando la copa y rindiendo homenaje a la cordura, mientras ellos tejen proyectos yo me pierdo enloquecida en tu perfume.
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