En ese jardín suntuoso, de formas lúgubres y espacios tenebrosos parece caminar etérea e inmortal la marquesa Casati. Saluda medio oculta en una máscara veneciana que engrandece su belleza hasta hacerla sublime. Los invitados a la exposición se rinden ante la profundidad de su mirada color miel que traspasa como un rayo la máscara y se posa sin rodeos en cada una de las pinturas.
Sopla el viento que hace ondular su melena rojiza como si de una danza del vientre se tratara y la cadencia con la que se desplaza por el jardín recuerda a la majestuosidad de la obra de Vivaldi. Se vuelven a mirar su figura buscando la belleza en ese cuerpo frágil y desgastado por los excesos que eclipsa el brillo de la luna hasta hacerlo desaparecer. Intacta en su memoria la aventura con D'Annunzio la revive en sus entrañas al meterse en cada uno de los cuadros de la artista Luisa Aldazábal.
Mujer de otro tiempo bastante más lejano que inmortaliza a golpe de pincel una pasión que hizo jirones su alma. La marquesa como si tuviera frente a sí un espejo del tamaño de su cuerpo, fue viendo en esos lienzos su reflejo hasta en la profundidad de su mirada. La belladona, que usase horas atrás para pintarse, la hacían dudar si caminaba rodeando el jardín o se encontraba en su Palazzo Non Finito saboreando los besos de su amante más leal. El espíritu de Coré vagaba en una figura de dos que se fundía, liberando su esencia en el aire y mezclándola con la de Ariel. Maldita la hora en la que una tirada de runas le hizo decantarse por aquella exposición. Auguraba un remolino incierto de emociones que le hacía querer conocer de cerca a la artífice de aquella obra maestra.
Laura Aldazábal escogió para la ocasión un diseño que resaltaba sus curvas que le daban opulencia a su figura más delgada y marcada que nunca. Su pelo color fuego se dejaba también mecer por el viento y su mirada de un verde profundo despertaba envidias a su paso. Soberbia y discreta, La Aldazábal. Extravagante y distinguida, La Casati. Se encontraron frente a frente, superando los límites del tiempo, como si las runas y las tablas ouija hubieran tomado la delantera en esa irrealidad. Mezclaron sus almas al fundirse en un abrazo donde la mecenas reconoció a la mejor de las artistas. En aquel jardín que albergaba la mejor representación de sus vidas consiguieron lo que ambas habían intentado a toda costa: trascender y ser las dos una obra de arte viviente.
Inspirado en el libro "Luisa y los espejos" de Marta Robles.
Gracias por hacerme atravesar la realidad
y por ayudarme renacer entre los espejos.
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