jueves, 29 de mayo de 2014

Cáscara de nuez


Cáscara de nuez que se abre al primer golpe seco dejando al descubierto su corazón de carne, sabroso, saciador y crujiente. Se vacía de todo dejando huecos que parecen cavernas donde guardar secretos y alejarlos de la vista de los tozudos indiscretos.

Cáscara de nuez que al tacto recuerda a esas montañas que quedan por escalar con los valles a sus pies pidiendo ser descubiertos para encontrarse a salvo. Se parte en dos mitades tan parecidas que no son si la otra no existe, encajan y todo cuadra, paradoja, en forma ovalada.

Cáscara de nuez que puede transformarse en barco navegando a la deriva en un lugar tan inusual como el lavabo de un bar. Se deja sentir balanceándose por el agua que la dirige a rincones perdidos en el recuerdo del ayer.

Cáscara de nuez que acaba convirtiéndose en una vela improvisada que alumbra el camino oscuro de la incertidumbre. Se quiebra la opacidad de la noche abriendo paso a una inusitada claridad que despierta los seis sentidos, se cuela la intuición a capitanear el barco.

Si se pudieran escalar montañas en barcos de cáscaras de nuez, si se pudiera navegar en mar abierto alumbrado por la cera de abeja en mitades perfectas… Si todo eso fuese posible dejaría de ser real. No sería necesario descubrir valles para sentirse en paz. Ni convencerse de que el agua equilibra los miedos y permite proseguir. No sería necesario que en las noches más oscuras se utilizara un sentido distinto que complemente, equipare y de unidad a esas cáscaras de nuez que juntas  se ensamblan en una, el todo hecho de dos. 

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