Cuando un brazo rodea parte de tu espalda,
envuelve el cariño en pequeñas dosis para ser repartidas en situaciones
selectas, hace un refugio en el que esconderte por unos minutos de ese alocado
tránsito por el mundo. Ese brazo permite que tu cabeza repose en el regazo y el
silencio compartido, que supura por los poros de la piel, te regala la
posibilidad de acompasar tu respiración a los latidos del corazón sobre el que
apoyas tus ideas sopesadas y reprimidas. En ese momento, los párpados
caen, rechazan la luz y se sitúan a la altura de la paz interior, dónde no
existe el dolor, dónde las heridas no supuran, dónde lo humano es esencia pura.
Se olvida, se siente, se es.
Cuando una mano te
aprieta con una fuerza justa, mínima y casi imperceptible, recoge las inseguridades
en bolas de cristal que lanza tan lejos de una que dejan de ser percibidas; te
muestra la grandeza de los pequeños gestos y te indica que hay una manera real
y palpable de sentirse a salvo. Esa mano acompaña la serenidad de tu cuerpo,
hace que los músculos se distiendan, las frustraciones se disipen y la sonrisa
sea protagonista de un rostro sereno y tranquilo. En ese momento, las tensiones
desaparecen, se ocultan y se convierten en reflejos opacos de un
mundo gr is, dónde no existe la libertad, dónde las ansiedades florecen, donde
lo humano pierde su sentido. Se relega, se descubre, se es.
Cuando el abrazo detiene las agujas del
reloj, anula las contradicciones y las reduce al absurdo, te enseña que en las
sombras de dos cuerpos entrelazados florece el cariño, detona la complicidad y deja un hueco a la amistad. Ese abrazo transita entre dos almas, sosiega el
corazón, le da un impulso de vida durante al menos diez segundos más. En ese
momento, la piel deslumbra, las caricias son palpables y se sitúan a nivel del
suelo, dónde no existe el rencor, donde las cicatrices guardan su forma, dónde
lo humano es hablar de dos. Se pasa página, se transforma, se es.
se pasa página, se transforma, se es.... q cierto
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