La necesidad de ahondar en uno mismo, de mirarse por dentro con lupa de aumento o con un foco de luz clara que nos haga entender que pasa ahí en el interior para que por fuera broten las lágrimas, es tan arriesgada que resulta ser un privilegio de los valientes. Los valientes son esos que prefieren deshacerse de la mochila que tantos años llevan a las espaldas para compartir el peso con un viajero que camina al lado, codo con codo, alma con alma. La mochila está hasta arriba de palabras que se quedaron a medio camino de ser dichas o que se borraron antes de ser escritas; está rebosante de verdades a medias o de mentiras maquilladas con verdad y de relaciones tormentosas o ciclos sin cerrar, de dudas existenciales o de ilusiones rotas. Los valientes son los que le dan salida a media tarde frente a una taza de café o cuando la noche se hace cerrada y el silencio deja de ser el protagonista de la historia.
La necesidad de empezar a vaciarse para volver a llenarse de nuevo es lo que lleva a empezar a hablar sin miedo o delante de la persona que te haga sentirte un poco a salvo. Se dice que las cruces compartidas pesan menos pero defiendo una idea similar en la que a pesar de que el dolor se haga más real al saber que otro lo sabe te permite liberarte y te hace sentir un poco más liviano. Ese desnudarse por dentro contando miserias reconociéndose humano sólo se hace frente a personas especiales que te hacen quitarte caretas o bajar un poco la guardia a medianoche. Y acaba convirtiendo relaciones en mágicas, acaba por hacerte ver una parte de ti que desconocías o que te empeñabas en negar a base de ocultar que ya existían antes de ser contadas.
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