No tenías que leerme el pensamiento, tan sólo debías quedarte sentado en el banco de la paciencia con los ojos cerrados y disfrutando del olor a tierra mojada, mientras en el cielo hasta las estrellas querían unirse a la lluvia y cantar serenatas hasta el amanecer.
No tenías que mirarme a los ojos sino disfrutar de ese aire fresco mezclado con los aromas del ayer, un ayer en el que me hiciste la promesa de quedarte a mi lado, esperando hasta que yo me atreviera a lanzarme al infinito y dejarme caer.
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