Acomodada en las nuevas formas de ver el mundo, de mirar
desde cerca una utopía hecha realidad, transformando las necesidades en
situaciones vividas. Experiencia.
Se diluye la ansiedad, se hacen trizas unas dudas ya
resueltas a golpe de sentir y aparece un mar en calma reflejo de unas noches
serenas sin titubeos ni borracheras emocionales. Madurez.
Pierde fuerza la angustia, se deshace el nudo en la garganta
y se descubre una respiración pausada y tranquila. Sensibilidad.
Se acallan las voces impertinentes, se prioriza el silencio
como modo de respuesta y se da rienda suelta a las sonrisas. Felicidad.
A ras del suelo se quedan los atardeceres sombríos y los
amaneceres helados, no existe desconsuelo ni sinrazón tan solo sombras de
cuerpos desnudos y pequeñas ráfagas de viento. Plenitud.
Se tira de la cuerda y se desvanece el telón, la obra de
teatro tiene su protagonista que saluda pletórica y llena de fuerza interior,
se arranca con la mano izquierda la máscara de la inseguridad al tiempo que la
tira al suelo y la desintegra a pisotones. No hay rival, es ella misma en su
máxima expresión, ningún atisbo de tiempos pasados. El público enmudece y suena
de fondo el tintineo de una cadena, esa cadena que la tenía presa a la falta de
respuestas, atada por no sentirse dueña de sí misma. Ofrece a las miradas
expectantes uno a uno los eslabones desanudados, fríos y rotos. Libertad.