Detesto vivir en Ronda sólo por tres razones, no hay una tienda de discos, las películas se estrenan cuando todo el mundo ya las ha visto y los libros tardan semanas en llegar…
Después de un par de visitas frustradas a la librería una tarde, como otra cualquiera, me llegó un mensaje al móvil “ya puede acercarse a recoger su libro”, sin pensarlo dos veces me vestí rápido y acudí a mi cita, miré de reojo mi tesoro y lo mantuve bien cerquita de mí hasta comprobar que no había nadie cerca y lo olí, me quedé con su olor en mi memoria y empecé a leer desde la contraportada, centrándome en la dedicatoria, hasta el punto y final del primer capítulo. Llevaba semanas viendo en internet fotos de personas de toda España con su libro a cuestas y yo no iba a ser menos, lo llevé a uno de mis sitios favoritos y orgullosa dije “Por fin Sexo en Milán ha llegado a la ciudad soñada”.
Entre rato de estudio y un poquito de ejercicio iba disfrutando de la sensación de dosificarse un libro, de empezar con mesura al principio, llegar a un punto de inflexión en el que sólo te apetece leer más y más y parar justo en ese momento en el que llegas al último capítulo. Me encanta macerar en sueños lo leído, despertarme al amanecer con una sonrisa y saber que al final del día iré a ese rincón mágico a darme una recompensa.
Justo en el fondo de la foto, en aquel templete el que he visto los mejores atardecer del mundo, me sentaré a beberme el final de un libro que he contemplado de principio a fin mientras he reído a carcajadas, me ha emocionado al sentirme identificada, he sentido un pellizco en el interior y con el que ha dado las gracias a la vida por ser mujer.